¿Cómo hacer que los científicos se relacionen con la industria; los productores con los científicos? Aquí algunas visiones que se presentaron en un reciente foro en Santiago sobre ciencia, industria y políticas de innovación.

Tomar, en los bailoteos de los tiempos de Los Platters, a una niña por la espalda con la mano derecha y con la izquierda entrar en contacto con su palma producía efluvios de placer. No sabía uno si pasaría algo, en esas primeras aproximaciones adolescentes.
Con unas pocas señoritas, bastaba un fox-trox y un cha-cha-chá para pasar pronto a la confianza de un tango; nacía el entenderse. Lo mejor era cuando ella se dejaba llevar y la mano en su espalda ya no necesitaba presionar. Ella ya intuía adónde uno quería ir. La interacción llevaba a la complicidad, se podían intentar nuevos pasos.
El jueves pasado, el economista Jorge Marshall, que se doctoró en la Universidad de Notre Dame, escuchó a calificados personajes hablar de la ciencia, industria y política de innovación.
¿Cómo hacer que los científicos se relacionen con la industria; los productores con los científicos?
Era un foro donde Raúl Ciudad, presidente de las empresas de tecnologías de información, pidió un ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Donde Rafael Benguria, físico y Premio Nacional de Ciencias 2005, dio ejemplos de cómo Hungría a principios de siglo XX y Brasil en la década pasada habían apostado a la investigación instalando una enorme capacidad de crecimiento. En resumen, políticas claras.
Desde su rincón, Jorge Marshall, que ahora es decano de Economía en la Universidad Andrés Bello, pidió otr a cosa: pidió confianza.
En este país, dijo, donde no creemos en el otro y exigimos siempre garantías, donde el esfuerzo por certificar todo nos llena de restricciones, no podemos avanzar en esta materia «por más políticas, ministerios, subsecretarías que se formen y dineros se destinen a la ciencia, tecnología e innovación».
En otras palabras, no se saca nada con ser disc jockey, discutir las políticas, poner la música, si la gente no se arriesga a interactuar. A dar los pasos de baile certeros y desatar complicidad. A pasar del fox-trox al cha-cha-chá y llegar al tango. Y eso, sin acudir a un notario para certificar que todo está en orden.
Esta timidez ante dar el paso y conocerse congela todo. La confianza no aparece.
Y se alejan las posibilidades de hacer cosas juntos.
Interactuar provoca resultados.
Por Nicolás Luco, vicepresidente de ACHIPEC.
Publicado originalmente como columna de opinión en El Mercurio.