Columna de opinión por Francisco Morey, Profesor de Periodismo Científico, Universidad Austral de Chile
En columna publicada en «El Mercurio», el pasado martes 23 de noviembre, los señores Miguel O’Ryan Gallardo, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile, y Juan Larraín Correa, vicerrector de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, anuncian la disposición de sus universidades de trabajar por el desarrollo de un Plan Nacional Integrado de Ciencia y Tecnología para Chile, el que será, afirman los columnistas, una «hoja de ruta» que dé paso a la generación de «leyes, organismos, estructuras de gestión y financiamiento para la ciencia y la tecnología que sirvan de trampolín definitivo para alcanzar tan anhelada meta» (el desarrollo).
Junto con valorar dicha convocatoria, y suscribirla en lo fundamental, deseo manifestar que para que una política transformadora de nuestro sistema científico y tecnológico sea tal, también debe incluir un profundo esfuerzo de transformación cultural al interior de las universidades y centros de investigación.
Esta transformación no necesariamente requiere de leyes o nuevas estructuras, sino que más bien de expresiones de voluntad corporativa que promuevan una mayor integración entre los actores sociales -las necesidades sociales- y los investigadores, facilitando el encuentro productivo con los científicos de nuestro país.
Actualmente, un patrón que sigue la mayoría de las universidades complejas es la promoción de incentivos para la investigación y la docencia. Sin embargo, un pilar fundamental como la extensión queda de lado, a merced de la voluntad y del sacrificio personal de cada investigador o investigadora. Se premian el número e impacto de publicaciones indexadas, la adjudicación de proyectos de investigación, las innovaciones en docencia (sólo recientemente y en algunas universidades, habrá que precisar), pero nada respecto del tiempo y recursos que los científicos deben gastar para estar en un adecuado contacto con la sociedad.
Esta es una responsabilidad que está en el lado de las instituciones de investigación, públicas y privadas. No enfrentarla, proponiendo un balance de incentivos entre investigación, docencia y extensión, hará estériles los esfuerzos en materia de innovación y de transferencia por una razón muy simple: los científicos chilenos van a dedicar tiempo y recursos a tareas que les reportan beneficios a sus carreras, y eso, ahora, es producir y producir papers científicos y hacer clases a oleadas interminables de estudiantes con bajos estándares académicos. El resto queda para después.
La meta de lograr el desarrollo en no más de 15 años, planteada por los columnistas, es ambiciosa, pero no imposible. Las instituciones de investigación de nuestro país deben entender que parte esencial del logro de dicha meta está en sus manos y no necesita ninguna ley.
Por Francisco Morey, Profesor Periodismo Científico, Universidad Austral de Chile.
(Texto publicado en Cartas al Director en Diario El Mercurio, el día sábado 27 de noviembre de 2010).
Link al artículo original:
http://www.mer.cl/modulos/catalogo/Paginas/2010/11/27/MERSTOC002AA2711.htm
Dejo constancia que remití la carta para El Mercurio el 28 de noviembre, al dia siguiente del comentario de Francisco Morey; pero el diario omitió la publicación.
Profe el comentario se ve ok!
Carolina Soledad Aguilera Vigil Periodista/Asistente Técnico Área Institutos y Núcleos Iniciativa Chilena Milenio http://www.iniciativamilenio.cl
Carta dirigida a Diario El Mercurio en relación a lo publicado por Francisco Morey, por Eduardo Reyes Frías, periodista.
Señor Director:
Comparto la propuesta de Francisco Morey, publicada el sábado 27, en orden a complementar un Plan Nacional de Ciencia y Tecnología con acciones sistemáticas de extensión en estas materias que hasta ahora son un producto menor de las funciones de investigación y docencia académica. Así lo hemos visto en una dilatada labor de la Asociación Chilena de Periodistas Científicos.
En forma excepcional, la Iniciativa Científica Milenio, apoyada por Mideplan desde 1999, exige que sus institutos dediquen un mínimo de 5 % del presupuesto en proyecciones a sectores externos, como cursos, talleres y canales de comunicación pública, los cuales son evaluados en sus alcances prácticos y educativos.
En otra instancia creativa, la Semana Nacional de Ciencia y Tecnologìa, a cargo de «Explora», Conicyt, incorporó «1000 Cientificos 1000 Aulas» en diàlogos con los niños y jóvenes en sus propias escuelas y colegios. El encuentro iniciado en el 2006 con 663 investigadores, en el presente año registrò un millar de inscritos, incluyendo Premios Nacionales. Se abordan temas bastante disímiles; por ejemplo ¿cómo vuela una mariposa? ¿se puede curar el Alzheimer?. En conjunto, es una experiencia voluntaria, sin notas, pero muy gratificante para diferentes interlocutores interesados en desarrollar la cultura científica de nuestra sociedad.