Especie del género Otozamites, encontradas en la isla Snow, en las Shetland del Sur, en afloramientos correspondientes al Cretácico Inferior de unos 110 millones de años.

Un estudio internacional liderado por el paleobiólogo del INACH, Marcelo Leppe, estaría demostrando vínculos en la evolución de la flora del sur de la Patagonia y la península Antártica.

Imaginar que los bosques nativos de Chile podrían tener su génesis en un lugar tan frío y alejado como es la Antártica parece una idea cada día más cierta y que demostraría el vínculo que existió alguna vez entre Sudamérica y el Continente Blanco. Es en ese contexto que el investigador del Instituto Antártico Chileno (INACH), Marcelo Leppe, estudia las raíces de los bosques chilenos y su posible conexión con la Antártica.

El proyecto denominado «Relaciones paleofitogeográficas y evolucionarias entre las floras del sur de la Patagonia y la península Antártica durante el Cretácico«, tiene como investigador principal al Dr. Leppe, quien trabaja en la línea de investigación «Relaciones entre Sudamérica y Antártica», del Programa Nacional de Ciencia Antártica 2001, que tiene por objetivo caracterizar vínculos entre elementos que evidencien la relación entre ambos territorios a través de diversas técnicas, como la paleobotánica y la biogeografía.

La Antártica verde

El proyecto, iniciado el 2008 y que finaliza este año, trata de establecer si existen vínculos en la flora presente en Sudamérica y la Antártica, que en algún momento conformaron una sola porción de tierra, en el sector sur occidental del supercontinente Gondwana, hace más de 65 millones de años atrás.

«Lo que sabemos ahora es que la flora de Sudamérica, de Australia y Nueva Zelanda, en la actualidad tienen vínculos entre sí y están emparentadas a tal punto que la estructura de los bosques de estos países es muy similar a la que tenemos en el sur de Chile. En el pasado se esbozaron teorías como la dispersión por el océano, pero ya ha quedado plenamente demostrado el rol de puente biológico y centro de origen de muchas especies que nos son familiares hoy en día» explicó Leppe.

Origen y cambio climático

El proyecto contempla la construcción de una matriz de información, a partir de la cual se pueda realizar una comparación entre las floras de las localidades de la península Antártica y Sudamérica, en el período Cretácico temprano, momento en que ambos subcontinentes se encontraban separados.

Hace 93 y 155 millones de años existió una cuenca marina llamada Rocas Verdes que separó la Antártica y Sudamérica, y sus respectivas floras y faunas, provocando que en cada territorio aparecieran especies distintas. Sin embargo, posteriormente ambas masas de tierra se vuelven a conectar permitiendo a las especies de uno y otro lado tomar contacto, causando una mezcla de elementos florísticos. Dicho momento habría ocurrido hace 85 a 90 millones de años. «Es justamente en esta reconexión cuando aparecen los primeros robles en la Antártica, los marsupiales migran desde Sudamérica y colonizan Australia, y ñandúes, avestruces, moas gigantes y kiwis (aves no voladoras) habrían evolucionado desde Antártica, poblando Sudáfrica, Oceanía y Sudamérica», especificó el científico.

Con respecto a la contribución de este estudio, el paleobotánico manifestó que «lo más importante es que vamos a conocer las raíces antiguas de la historia de nuestros bosques; el bosque nativo chileno tiene una larga historia de millones de años y su génesis probablemente está en la Antártica, por lo que determinar el momento y la forma en que ocurrieron estas migraciones de plantas entre Sudamérica y la Antártica nos puede ayudar a entender lo que podría ocurrir en nuevos escenarios como, por ejemplo, el de cambio climático».

Dentro de los bosques nativos chilenos, explica, están aquellos de la selva valdiviana, compuesta por distintos tipos de Nothofagus (familia de especies arbóreas) como el roble, el raulí, el coigüe y la lenga, junto con tepas y mañíos, elementos típicos de los bosques antárticos de finales de la Era de los Dinosaurios y del Cenozoico. Una fotografía instantánea de los últimos bosques de Antártica pueden encontrarse hoy en la zona magallánica.

 

Especie del género Pachypteris, encontradas en la isla Snow, en las Shetland del Sur.

Ventajas de la evidencia vegetal

La paleofitogeografía es parte de la paleobotánica y estudia la distribución de los vegetales en el pasado, por lo que es bastante útil para establecer las relaciones de áreas que actualmente pueden aparecer disjuntas. Descubrir estos patrones a través de la flora tiene tres ventajas, a juicio de Leppe. Por una parte, la paleopalinología, o estudio de esporas y granos de polen del pasado, permite identificar los elementos vegetales a través de sus diásporos hasta cien veces más pequeños que una cabeza de alfiler, y extremadamente resistentes al ser formados por una proteína no se degrada fácilmente, por lo que se conserva en los sedimentos incluso por millones de años.

La segunda ventaja proviene del estudio de las impresiones de hojas y frondas, que permiten no sólo reconocer los vegetales, sino también determinar temperaturas promedio del pasado. Por último, la paleoxilología o estudio de troncos fósiles de árboles, con valiosa información contenida, como la estacionalidad y los ángulos de incidencia de la luz. «Con esas tres fuentes de evidencia fósil, se pueden contestar varias preguntas de orden evolutivo y paleoclimático», complementa el investigador.

 

Fuente: Elías Barticevic, Instituto Antártico Chileno, INACH.

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